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lunes, 20 de abril de 2009

Podrá desaparecer el dolor, pero el sufrimiento es tarea.

Podrá desaparecer el dolor, pero el
sufrimiento es tarea. El sufrimiento es lo que hacemos con el dolor. Es la herida que
no desaparece, pero ya no agota la identidad del hombre.

La estupidez nunca es muda ni ciega.
“Lo desolador de nuestro tiempo no son las interferencias, sino la inflación de proposiciones sin interés alguno”. Gilles Deleuze en el libro “Conversaciones”:
La ausencia de un umbral ético que reconozca al otro como parte mía, y la captura de la sensibilidad a manos de los monstruos mediáticos, hace que muchos pibes de nuestra generación no perciban a las victimas de Cromañón como “sus muertos”. Es decir, no sienten en el cuerpo el sufrimiento por las 194 vidas jóvenes que han abandonado la historia con la velocidad de una vuelta de página. Esta mirada, convive con las miradas de la victimización y de la culpabilizaciónpara escapar de las victimizaciones, de la indiferencia o las culpabilizaciones necesitamos afirmar nuestras prácticas, nuestros saberes, nuestras maneras de divertirnos, de sociabilizar, de encontrarnEstos discursos privatizan el dolor, lo vuelven personal, y niegan todo lo que somos, todo los que nos hace felices, creativos y autónomosos, de aguantar
necesitamos leer la historia desde nosotros mismos, recuperando aquellas maneras de movernos que aprendimos en el tiempo que nos toco vivir, este mundo marcado por los riesgos, por la precariedad y la incertidumbre. Porque andamos por un mundo regado de minas y cada paso es una chance de implosión
Un relato que coloque en el centro nuestro cuerpo y su sensibilidad, y el encuentro con otros cuerpos, la búsqueda de una vida autónoma. Se trata de escapar de un entorno artificial que roba nuestra sensibilidad; se trata de construir un mundo propio que coloque en el centro la creación, la pulsión de nuestros deseos, en pos de superar lo caótico y angustiante de nuestra cotidianidad,
Cromañón fue una irrupción violenta de la verdad cruel, de lo que significan las políticas de violencia sistemáticas contra una generación que vive inmersa en un estado de excepción permanente, en donde el gatillo fácil o las condiciones carcelarias se complementan con las políticas más sutiles de exclusión; y todo esto en convivencia con las fuerzas del mercado y su maquinaria para fabricar jóvenes consumidores de productos y de vidas prediseñadas.
Los jóvenes portamos la referencia bifronte de ser sujetos estigmatizados por los medios como peligrosos, y al mismo tiempo, ser los referentes de un mundo de consumo y estilo de vida.
Luego de tantas muertes, la desesperación y la tristeza nos corroen a muchos. ¿Qué pasó con ese dolor? ¿Qué relatos se montaron sobre el dolor de lo sucedido; cómo fue leído? ¿Qué podemos hacer nosotros con este dolor?
La indiferencia, la culpa o la victimización son maneras de tratar lo sucedido, de relacionarse con el dolor, con ese acontecimiento que no deja de reaparecer ante nosotros.
Esas alternativas, decimos, son falsas maneras de elaborar el dolor porque nos niegan, niegan lo que somos, lo que sabemos, lo que hacemos, negando también a los pibes que no están; son relatos que intentan transformar el dolor en una cuestión personal, privada. De aquí las figuras de la víctima, el sobreviviente, el arrepentido o el culpable.
Cromañón es un acontecimiento doloroso que reaparece en nuestras vidas todo el tiempo. Y cada vez que nos golpea entra en juego la elaboración o reelaboración de lo sucedido; cada vez es una oportunidad para elaborar o reelaborar positivamente el dolor, es decir, volverlo colectivo, volverlo político, volverlo acto, motivo de pensamiento, de encuentro y de duelo, claro, pero de un duelo colectivo. Un duelo colectivo es reconocernos en los chicos que no están, reconocer que una parte nuestra quedó adentro de ese boliche y que tenemos que reconstruirnos entre todos luego de esa pérdida (no nos interesa una “curación” individual).
Ese reconocimiento habilita la recuperación de nuestras prácticas, nuestras fiestas, nuestro saber movernos en este contexto de precariedad. Porque sólo volviendo colectivo el dolor (desprivatizándolo) podremos entender Cromañón como parte de nuestras vidas, como el suelo precario en donde nos movemos, como parte de un entramado de precariedad que conocemos muy bien. Y aquel reconocimiento nos permite pensar como aquel dolor puede ser compartido con un montón de experiencias que van más allá del mundo del rock y de los jóvenes, con una pila de sufrimientos y muertes resultado del mundo precarizado que transitamos en nuestros trabajos, en nuestras viajes y en nuestras ficciones.
Apostamos, decimos, por un vínculo desde el cuerpo. Sólo así, recuperando nuestras experiencias, nuestros cuerpos, podemos aspirar a politizar el dolor, elaborarlo, desprivatizarlo y lograr reconectar con nuestros deseos, nuestros sueños. Sentimos que es esta una tarea fundamental que excede una terapéutica post-tragedia: se trata de re-sensibilizar(nos), construyendo lazos, re-sensibilizar el cuerpo colectivo, nuestro cuerpo, nuestro pogo y nuestra canción...
No escondamos nuestras bengalas.


Agosto de 2008
Juguetes Perdidos

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